La deuda soberana de Argentina está en ‘default’ virtual y el Gobierno de Alberto Fernández propuso a los acreedores una renegociación de los vencimientos, con extensión en los plazos, reducción fuerte de la tasa de interés y leve quita del capital.
El problema de la deuda argentina no es el único que existe en el mercado global de las deudas soberanas.
Si se extiende la crisis financiera provocada por la pandemia de COVID-19, el caso argentino no será aislado.
Mientras se sigan pagando vencimientos de capital e intereses de deuda soberana emitida en bonos internacionales, las reservas de divisas de libre disponibilidad irán disminuyendo, en especial en los países denominados emergentes.
El panorama es muy complejo porque, de acuerdo al más reciente reporte de Estabilidad Financiera del FMI, desde marzo se ha registrado una salida de capitales de esos países por unos 100.000 millones de dólares.
Para economías frágiles con elevada deuda pública, el shock del coronavirus es fulminante. A la escasez de divisas para pagar deuda se suma la caída dramática en las exportaciones, la interrupción en el abastecimiento de materias primas y bienes intermedios y el violento descenso del ingreso por turismo receptivo.
Las finanzas públicas quedan entonces en extrema vulnerabilidad.
Deuda/PIB
El más tradicional indicador de solvencia de una economía es reflejar cuál es la proporción de la deuda sobre el producto interno bruto.
Esto significa cuánta riqueza en bienes y servicios genera una economía en relación al endeudamiento. Es una medida similar a estimar cuál es la solvencia patrimonial de una unidad económica.
Un ratio muy elevado cercano al 100%, es decir que la deuda pública es equivalente al producto, refleja una situación de solvencia crítica. Si se le agrega por la crisis del coronavirus restricciones de liquidez, o sea de disponibilidad de dólares, la cesación de pagos se convierte en una instancia muy cercana.
Este es el panorama que ya tiene la economía argentina, mientras otras de América Latina y Asia están transitando ese camino si no se supera rápido la crisis global.
En América Latina, el indicador deuda/PIB, a fines de 2019, mostraba a Argentina liderando el ranking con el 90,0%, seguido de Brasil con el 87,9% y luego se ubicaron Uruguay con el 63,5%, México con el 53,6%, Colombia con el 52,2% y Bolivia con el 51,3%.
Todos esos ratios empeorarán mucho en este año porque el denominador de la relación (PIB) registrará una brusca caída. La deuda pública, si se mantiene constante, situación poco probable, será una carga cada vez más pesada para las economías.
En definitiva, los problemas financieros no son exclusivos de Argentina.
Países desarrollados
El indicador de solvencia tiene porcentajes bastante más elevados en economías desarrolladas. La diferencia sustancial es que esos países emiten la moneda de su propia deuda. Moneda que es demandada en su mercado interno y, a la vez, es aceptada internacionalmente, lo que les brinda una demanda adicional.
El ranking es liderado por Japón con 235%, una economía hiperendeudada y estancada desde hace dos décadas. Le sigue Grecia con el 181,2%; Italia con el 134,8%; Estados Unidos con el 109,3%; Francia con el 98,4%; España con el 95,5%; Canadá con el 90,0%; el Reino Unido con el 85,9% y Alemania con el 61,9%.
Cada uno de esos indicadores contabilizará una fuerte alza en el 2020 por los inmensos paquetes de rescate financiados con deuda pública y por el derrumbe del PIB de cada país.
La economista de India Jayati Ghosh destacó en un reciente artículo publicado en Projet Syndicate la necesidad de tener una perspectiva más amplia para comprender la actual debacle económica.
Enfatiza que la pandemia no es la causa de la actual crisis económica, sino más bien un evento exógeno —un «cisne negro»— que ha acelerado la inestabilidad y el desequilibrio financieros preexistentes.
Esa mayor vulnerabilidad puede derivar en una crisis de deuda, e incluso arriesga en un colapso más amplio. Ghosh dice que «la fragilidad financiera de hoy es anterior al cisne negro COVID-19 dada la acumulación masiva de deuda en los países desarrollados y en desarrollo», proceso que se aceleró desde la crisis 2008.
En estos últimos 10 años, la debilidad financiera global fue encubierta por una política monetaria muy flexible, con tasas de interés cercanas a cero, que alimentó la burbuja especulativa de la deuda y el aumento constante de los precios de las acciones en los mercados bursátiles.
Riesgos
El frente financiero de la economía mundial tuvo un impacto dramático en estos meses y, si se profundiza la debacle, la estabilidad financiera estaría en riesgo.
El Instituto de Finanzas Internacionales, que agrupa a los principales bancos del mundo, estima que la deuda mundial (soberana y corporativa) sumó 253,2 billones (millones de millones) de dólares en 2019.
Ese monto equivale a 322% del producto interno global, que es la generación material de bienes y servicios en el mundo.
Nunca antes esa relación había alcanzado un valor tan elevado.
Existe mucha más deuda en circulación que riqueza material que respalde ese capital, exceso que se denomina capital ficticio.
Los países emergentes acumulan deuda por 72,5 billones de dólares (223% del PIB de esas economías), mientras que los países desarrollados registran una deuda de 180,1 billones (383% de su PIB).
La actual crisis mundial comenzó con 87 billones más de deuda global que el comienzo de la crisis de 2008.
El Instituto de Finanzas Internacionales estimó que si se registra una contracción de 3% en la actividad económica global (en términos nominales), la acumulación de deuda mundial aumentaría de ese 322% a 342% del producto global a fin de año.
Suspensión
El FMI y el G20 han empezado a reconocer que el actual nivel de deuda global es insoportable. Pero, por ahora, no han avanzado en posiciones firmes para atender esa situación.
Apenas han propuesto suspender los pagos oficiales de la deuda bilateral para los países más pobres hasta fines de 2020. Esto representa aproximadamente 12.000 millones de dólares, la mayoría de naciones africanas.
Pidieron además que los acreedores del sector privado participen en términos similares, lo que podría agregar otros 8.000 millones de dólares de alivio.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, afirmó que está particularmente preocupada por los mercados emergentes y los países en desarrollo.
Sin dar respuestas contundentes a la crisis de la deuda que empieza a recorrer las economías, Georgieva solo muestra buena voluntad, pero escaso acompañamiento político de las potencias dominantes del FMI.
Afirma que «más préstamos no siempre es la mejor solución para cada país», puesto que la actual crisis «se suma a las altas cargas de la deuda y muchos podrían encontrarse en un camino insostenible». Sería el caso de la situación argentina.
Señala que «debemos contemplar nuevos enfoques, trabajando estrechamente con otras instituciones internacionales, así como con el sector privado, para ayudar a los países a superar esta crisis y emerger más fortalecidos».
Para concluir que «el FMI, como nuestros países miembros, puede necesitar aventurarse aún más fuera de nuestra zona de confort para considerar si podrían ser necesarias medidas excepcionales en esta crisis excepcional».
Acumulación
Un reporte reciente de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) advierte acerca de la deuda mundial: «Es preocupante la acumulación de deuda privada por parte de corporaciones no financieras, que ahora representa casi las tres cuartas partes de la deuda total en los países en desarrollo», una proporción mucho mayor que en las economías avanzadas.
Según la UNCTAD, las «instituciones financieras inherentemente volátiles han desempeñado un papel importante en el impulso de esta acumulación».
En ese sentido, el profesor Michel Chossudovsky publicó en Global Research el artículo ¿Hacia un nuevo orden mundial?, donde plantea que si esta crisis no deriva en una reestructuración de la deuda global, que implique una reducción sustancial para los países en desarrollo, las consecuencias serán:
- Una concentración masiva de riqueza.
- La desestabilización de las pequeñas y medianas empresas en todas las áreas principales de la actividad económica, incluida la economía de servicios, la agricultura y la manufactura.
- La pérdida de derechos de trabajadores y desestabilización de los mercados laborales.
- Reducción de los salarios.
- Este desenlace sería neoliberalismo a la enésima potencia. Chossudovsky indica que el FMI y el Banco Mundial junto a los ministros de Finanzas del G20 decidieron «suspender» el pago de las obligaciones bilaterales de servicio de la deuda de los países más pobres.
La pandemia de coronavirus deriva en una crisis fiscal sin precedentes, dada por elevados niveles de desempleo y derrumbe de ingresos tributarios. El saldo es que, en los últimos dos meses, los gobiernos nacionales se han endeudado cada vez más. En los países occidentales, se ha producido una expansión colosal de la deuda pública.
La lógica de los rescates es, en algunos aspectos, similar a la de la crisis económica de 2008, pero a una escala mucho mayor.
O sea, más y más deuda ya sobre un volumen impresionante. Esta crisis global puede comenzar a resolver la inmensa burbuja de deudas, con quitas y condonaciones, o terminar alimentando otra ronda especulativa de deudas que solo amplificará un próximo estallido.