
Por Juan Javier Grifaldo Reyes CPP, DSI, CICP,DES
Director de Operaciones Adjunto de GRUPO IPS
En la última década, el desarrollo tecnológico en México ha sido tan acelerado como inevitable. Gobierno, empresas y ciudadanos han abrazado la digitalización como motor de crecimiento, competitividad y eficiencia. Sin embargo, este proceso también ha abierto nuevas puertas a las amenazas cibernéticas. Lo que antes era una preocupación tecnológica ahora se ha convertido en un asunto de seguridad nacional, soberanía digital y estabilidad económica.
La protección de la infraestructura crítica es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, no solo por el riesgo que representa para servicios esenciales, sino por la complejidad geopolítica, tecnológica y social que conlleva.
Una amenaza global con impacto local
Los ciberataques se han convertido en una herramienta de poder entre Estados y un recurso lucrativo para redes criminales internacionales. México no es ajeno a esta tendencia: se ha posicionado como uno de los países más vulnerables de América Latina, tanto por la falta de regulaciones robustas como por la limitada inversión en ciberdefensa.
Organizaciones como el FBI, Interpol y Europol han advertido sobre el aumento de grupos de ransomware transnacionales que operan desde Europa del Este y Asia, con objetivos específicos en América Latina. En México, estos actores han puesto la mira en sectores estratégicos, como energía, salud, telecomunicaciones, transporte y finanzas.
Dimensión económica de los ciberataques
Según estimaciones de la firma IBM y otras consultoras de ciberseguridad, el costo promedio de una brecha de seguridad para una organización en América Latina ronda los 3.5 millones de dólares. Este monto incluye pérdidas operativas, demandas legales, daño reputacional, rescates pagados y costos de recuperación.
Para las micro, pequeñas y medianas empresas mexicanas —que constituyen más del 95% del tejido empresarial— un solo ataque podría ser devastador, provocando desde el robo de clientes hasta el cierre definitivo del negocio.
Además, a nivel macroeconómico, la falta de seguridad digital puede afectar la confianza en la inversión extranjera, la reputación del país como proveedor de servicios tecnológicos y la operación segura de sectores clave del T-MEC.
Infraestructura crítica digital: más allá del hardware
Uno de los errores más comunes al hablar de infraestructura crítica es reducirla a servidores, centros de datos o redes eléctricas. En realidad, la infraestructura crítica incluye:
•Datos sensibles: Información fiscal, médica, biométrica y financiera.
•Sistemas de toma de decisiones: Inteligencia artificial, algoritmos en sistemas de transporte o salud.
•Plataformas de gobierno digital: Trámites, expedientes judiciales, registros civiles.
•Comunicación estratégica: Medios, redes oficiales, portales institucionales.
•Entornos industriales conectados: PLCs, sensores IoT, sistemas SCADA.
La interdependencia digital hace que la afectación de un sistema tenga un efecto dominó en muchos otros, amplificando el riesgo y la exposición.
Avances, brechas y desafíos en México
Si bien México ha avanzado en iniciativas de ciberseguridad, como la creación de unidades especializadas dentro de la Guardia Nacional, centros de respuesta a incidentes (CERTs) y campañas de concientización, los esfuerzos siguen siendo fragmentados.
El país carece aún de una Ley Federal de Ciberseguridad que articule responsabilidades, estándares mínimos y cooperación entre sectores. Además, la inversión pública en este rubro es todavía limitada si se compara con países como Colombia, Brasil o Estados Unidos.
Otro reto importante es el déficit de talento especializado. Se estima que México necesita formar al menos 100,000 profesionales en ciberseguridad en los próximos años para responder a la demanda creciente del sector.
Recomendaciones reforzadas para usuarios y empresas
A continuación, algunas recomendaciones ampliadas para distintos actores:
Para empresas
•Simulacros regulares de ciberincidentes: entrenar al personal y a directivos para actuar con rapidez y control en caso de ataque.
•Evaluación de terceros y proveedores: muchos ataques ocurren a través de brechas en aliados estratégicos o sistemas compartidos.
•Política de protección de datos: clasificación de datos sensibles, cifrado de información y monitoreo constante.
•Cultura organizacional de ciberseguridad: integrar la ciberseguridad como parte del ADN corporativo, desde el onboarding hasta el liderazgo ejecutivo.
•Cobertura legal y de seguros cibernéticos: evaluar opciones de ciberseguro para mitigar el impacto financiero ante posibles incidentes.
Para usuarios y ciudadanos
•Verificación de fuentes digitales: evitar compartir noticias, promociones o enlaces no verificados.
•Control de privacidad en redes sociales: limitar la exposición de información personal que pueda usarse para suplantación de identidad.
•Desinstalar apps innecesarias o con permisos excesivos: muchas aplicaciones móviles extraen más datos de los necesarios, y pueden ser puertas de entrada a otros dispositivos.
•Conciencia familiar y escolar: educar a menores y adultos mayores en prácticas básicas de navegación segura y protección de identidad digital.
Mirando hacia el futuro: soberanía digital y cooperación regional
La protección de la infraestructura crítica no puede limitarse a una estrategia aislada. México debe avanzar hacia una soberanía digital, que implique:
•Mayor inversión en tecnología nacional y talento local.
•Fortalecimiento de la cooperación con países del T-MEC, OEA y organismos multilaterales.
•Promoción de una industria de ciberseguridad mexicana, con incentivos a startups y centros de innovación.
Al mismo tiempo, se requiere una ciberciudadanía informada, capaz de ejercer sus derechos digitales, proteger sus datos y participar activamente en un ecosistema tecnológico más seguro, ético y transparente
Conclusión: un desafío compartido, una responsabilidad colectiva
La ciberseguridad y la protección de la infraestructura crítica ya no son solo un tema de tecnología. Son una cuestión de Estado, de empresa y de ciudadanía. En un entorno digital cada vez más interconectado y vulnerable, el tiempo para actuar es ahora.
La resiliencia cibernética no se construye solo con firewalls o software, sino con liderazgo, educación, normativas sólidas y colaboración. Proteger lo digital, en última instancia, es proteger a las personas, al país y al futuro mismo.